El sabor de la tierra



Pues parece que sí, que hay que volver a las raíces. Qué bien lo pasamos recogiendo almendras en Fuensanta (Albacete); qué bien lo pasé yo abriéndolas a martillazos, tan concentrado que no pensaba en nada más, y disfrutando de la ayuda de los niños; y, sobre todo, qué ricas estaban cuando las comimos tostadas y con un poco de sal, parecía que no hubiera otra cosa para cenar...

Por cierto, la mano es de mi amigo Sergio, otro día le sacaré la cara, jajaja.