Cuando por fin Daisy decidió prestarme atención, abrió grácilmente el abanico con que se cubría para mostrarnos este momento de maravillosa madurez. Me miraba, orgullosa, mostrando cómo las señales del paso del tiempo servían únicamente para realzar su belleza. Cada gesto, cada pétalo, parecía querer cobrar vida por si mismo, mientras ella, desafiante, me retaba "¿Cómo crees que podrías mejorarme? ¿eh?"
Mi querida Daisy, tú lo sabes, no puedo mejorarte; sólo difrutar de tu belleza cuando quieres compartirla con nosotros, y aspirar a que un día decidas mostrarme tu verdadera esencia...