Elvira Santos

Hoy no hay foto, porque no tengo ninguna con la que hacer justicia a la protagonista de este post. Hoy, Elvira Santos, la mejor profesora que he disfrutado, se ha reunido con Jose Vicente, el 'otro' mejor profesor de mi vida; permitidme que repita aquí, sin foto, las líneas de recuerdo que le he dedicado en mi otro blog.
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Llegando a la cuarentena, estás en condiciones de reunir valor para echar la vista atrás; y recuerdas a las personas que han marcado tu vida, para lo bueno y para lo malo. El Colegio es uno de esos lugares donde se concentran buena parte de esas personas, especialmente porque llegan a ti en esa fase de desarrollo, inquietudes, dudas y miedos que conforma en gran medida la certeza que serás más adelante; modela (y a veces, a nuestro pesar, moldea) una parte importante de la persona que eres.


Yo tuve la gran fortuna de vivir esa etapa en el Colegio Nuestra Señora Santa María, en Madrid. Una experiencia (modelo, no molde) que mis Padres me regalaron a base de un permanente sacrificio económico y personal durante 12 años, desde 1º de EGB hasta COU.

Pero hoy, no escribo para hablar del Colegio, ni de mis Padres. Escribo para hablar de Elvira Santos, cuyo fallecimiento me ha golpeado hoy. Han pasado varios años de nuestro último encuentro, en la boda de Angelines y Víctor, y muchos más desde que dejé el colegio, allá por 1.989. Sin embargo, Elvira ha estado presente a lo largo de todos estos años en muchas conversaciones, con mis amigos, con mi familia, con mi amor y sí, también con mi Inquilino, al que ella supo entender mejor que nadie en aquella época.

Elvira Santos. Me llamaba Romeo como una broma que años después compartió conmigo, cuando me contó que la broma era de su hija y sus amigas... Me hizo amar aún más la lectura, me enseñó a encontrar un sorbo de vida en cada línea de un buen libro, a mirar al frente con limpieza y sinceridad y nunca, nunca, nunca, me dio un motivo para mentirle.

No hubo una sola clase en que no captara mi atención, ejerciendo a la perfección su oficio de Maestra, transmitiéndonos con entusiasmo cuánto disfrutaba compartiendo sus horas y su esfuerzo con nosotros. Derrochaba sentido del humor y salpicaba con fina ironía nuestras equivocaciones, consiguiendo motivarnos para seguir adelante. También por los pasillos, que llenaba con el repiqueteo de sus tacones.

Junto con Pamen, nos enseñó cuan bueno puede llegar a ser el trabajo en equipo durante todo ese año de clases magistrales que nos regalaron en COU, Lengua y Comentario de texto. Qué magníficas formadoras de profesores hubieran sido, las dos, si no hubieran decidido dedicarse a nosotros, que no éramos conscientes por entonces de que la suerte nos visitaba a diario, disfrazada de esas discusiones con que podían llenar una hora de clase, enseñándonos sin que nos diéramos cuenta a analizar, valorar, sopesar, y decidir. Por entonces, salíamos de clase tan contentos porque “no habíamos hecho nada”; un día lo entendí, y se lo dije tras una clase de Comentario acerca de ‘La verdad sobre el caso Savolta’ de Eduardo Mendoza “Elvira, le dije, en ninguna clase tengo que pensar tanto como en la vuestra…” Elvira y Pamen se miraron, se rieron, y Elvira, clavando en mí esos ojos eléctricos y chispeantes, mirándome de frente, ya seria, me contestó con una nueva lección: “Romeo, si te has dado cuenta, aplícate el cuento: paranomasia”.

Todos los que recuerdan hoy la pasión con la que hablaba de un buen libro, una buena pieza musical, un bonito paisaje, saben que, en realidad, no se ha ido. Sigue con nosotros, a nuestro lado, riendo con alegría cada vez que uno de nosotros abre un libro y se dedica a sorber un poquito de vida en cada línea. O cuando, como yo ahora, derramamos unas lágrimas para celebrar que Elvira está aquí, como siempre, mirando por encima de mi hombro mientras escribo estas líneas de recuerdo, y sigo ‘aplicándome el cuento’. Gracias Elvira. Un beso muy fuerte.